ENCÍCLICA
LAUDATO
SIPAPA FRANCISCO
(Agape – Buenos Aires)
En su magnífica Carta Encíclica el papa Francisco retoma las palabras bíblicas -Lv.25,23-, donde Dios se expresa: “La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque la tierra es Mía, y ustedes son forasteros y huéspedes en Mi tierra”. Retoma el cántico de aquel gran modelo de pobreza y humildad cual fue Francisco de Asís, recogiendo su cántico espiritual “Alabado seas -Laudato Si-, mi Señor”, por la hermana nuestra madre tierra - la Pacha para los pueblos originarios- la cual nos sustenta…” Con la humildad de quien abre el diálogo universal en aras del cuidado de la casa común, exalta las palabras de líderes religiosos ajenos al catolicismo, como musulmanes, rabinos, hindúes y brillantes científicos ambientalistas, realizando una síntesis privilegiada de los problemas ecológicos. Con gran empatía hacia los pueblos excluidos declara que se habla mucho de la deuda externa de los países pobres pero que no se habla de la deuda ecológica de los países ricos, ya que los que más poseen, más consumen y más contaminan. Declara que la Tierra se ha convertido en un inmenso depósito de porquerías y que se toman medidas sólo cuando se han producido efectos irreversibles para la salud de las personas. En esta “cultura del descarte”, los que más sufren son los excluidos, los que no poseen recursos para curarse, en el avance de esta “globalización de la indiferencia”. El aumento de los migrantes huyendo de la miseria, empeorada por la degradación ambiental, es trágico, más considerando que ellos no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales. Esta visión narcisista y autorreferencial de la vida, ha endiosado al dinero y al paradigma tecnocrático, consolidando la arbitrariedad del más fuerte, y ha propiciado desigualdades e injusticias, violencia para la mayor parte de la humanidad: el ganador se lleva todo; los recursos son del primero que llega, aquel que tiene más poder. El mensaje de Francisco nos abre a nostalgias personales: “la naturaleza es una continua revelación de lo divino” ya que quien ha crecido entre los montes, quien de niño se sentaba junto al arroyo a beber, o quien jugaba en la plaza de su barrio, cuando vuelve a esos lugares, se siente llamado a recuperar su propia identidad. Fragmento de Una oración final: Ilumina a los dueños del poder y del dinero para que se guarden del pecado de la indiferencia. ¡Alabado seas, mi Señor!
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GRACIELA JATIB